La Era Del Diamante

Fri, May 11, 2007 2-minute read

Vuelvo con un Stephenson. Este libro me lo leí hace unos cinco años, después de que el gran Neal me cautivase con su obra maestra, el Criptonomicón. Y la verdad es que por entonces, cuando me leí La Era del Diamante: Manual Ilustrado para Jovencitas, la obra anterior a el Criptonomicón, no lo acabé de entender bien del todo. Recordaba escenas geniales, sobre todo la del Castillo de Turing, ya que por entonces ya había empezado a estudiar cosas parecidas en la carrera. Pero el concepto es el concepto. Y no lo entendí.

Ahora, después de estar 6 años metido en la facultad de informática, mi nivel de frikismo ha subido a niveles desagradables dentro de la sociedad actual y a niveles bajos en estándares informáticos. Aún así, creo haber entendido el concepto del libro con esta segunda lectura, 5 años más tarde.

Y qué bueno es el cabrón. Vaya futuro nos presenta. Un futuro nanotecnológico, en medio de Shangai, con pequeños robots aerostatos volando por el aire del tamaño de ácaros, que se meten en nuestros organismos. Con cónclaves divididos por nuevas y antiguas religiones. Cada cónclave con su propio sistema inmunológico para evitar ciertos aerostatos de seguridad. Con impresionantes edificios creados a partir de la nanotecnología. Con Compiladors de Materia que crean objetos a partir de un conjunto deseado de átomos. Con ingenieros, suciedad, armas, jueces corruptos, doctores villanos y niñas huérfanas que crean una realidad paralela, verde y maravillosa gracias a un manual inteligente que les enseña a pasearse por la vida.

¿Lo mejor? Las historias que el Manual le explica a Nell, la protagonista de la historia. El contraste entre el Shangai gris y a punto de entrar en una nueva crisis y los paisajes fantásticos que el Manual crea. La idea de la nanotecnología, que podría crear la sociedad imaginada por Neal Stephenson. Y de cómo podría ser que ésta generase una red de conocimiento casi indestructible.

¿Lo peor? El final. Pero eso ya no me sorprende. Si el final fuera bueno, entonces no sería un Neal Stephenson.

Recomendable sólo a mentes demasiado frikis, enfermas y con tiempo libre. O a gente que coja la RENFE cada día.