Transiberian

Fri, Feb 16, 2007 2-minute read

Una de las más intensas experiencias del viaje por Rusia fue, sin duda, el Tren Transiberiano.

La blancura total nos rodeaba mientras éramos conscientes de que estábamos en medio de ninguna parte. Árboles gigantes disfrazados de blanco, nieve, lagos nevados y pequeños pueblos ocultos en una niebla-nieve constante iban pasando lentamente a nuestro alrededor.

Las ventanas nos separaban de una diferencia de temperatura de unos 45ºC. Los Rusos consideran que en los lugares cerrados es apropiado asarte vivo gracias a un despilfarro animal de calefacción a tope, mientras a fuera el ambiente se mantiene a unos -20ºC.

Entre vagón y vagón, donde la calefacción no llega, las ventanas permanecían “blancas”:

La gente se ponía a fumar allí, aunque tuvieras un cigarrillo o no, cada vez que exhalabas aire un espeso humo aparecía a tu alrededor. Mucha humedad. Mucho, mucho frío.

Por 6 Rublos tenías un té calentito en un hermoso vaso medio de cristal medio de metal adornado.

El viaje duró unas 30h. Pero no se hizo pesado. Aparte de mis compañeros de viaje, también tenía a Neal Stephenson, que terminó de contarme su enorme Ciclo Barroco mientras estaba en algún lugar cerca de los Urales. Ya hablaré sobre estos libros algún día.

“Russia On Ice” es la banda sonora de este viaje. Sobre todo en el tren, cuando te acuestas y piensas dónde estás, quién eres y hacia adónde vas. Y todas esas preguntas estúpidas de joven curioso y buscador de un mundo en el que aún tienes fuerzas para creer en él.

Lo encontré en Ekaterinburgo, pero lo he vuelto a perder.